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Atenas, ciudad de dioses y demonios

El deporte puede sacar lo mejor y lo peor de una ciudad y de su población



Hugo Figueroa Rodíguez


Rondaba el año 1993, los conflictos en el centro de Europa estaban a flor de piel y esta situación no fue ajena al baloncesto. El equipo defensor del título, el KK Partizan de Serbia, no pudo participar en esta edición de la antigua Liga Europea de la FIBA, actual Euroliga, por las sanciones impuestas a Yugoslavia por las Naciones Unidas. En dicha resolución fue prohibida la participación de deportistas yugoslavos en competiciones internacionales y el KK Partizán fue excluido.


La flota española recorría el Mediterráneo y se disponía a atracar en el Puerto del Pireo (Atenas, Grecia), el mayor puerto marítimo de toda Grecia. Los integrantes de la fragata Extremadura llegaban a La ciudad gloriosa a pasar unos días de descanso, pero El Pireo les tenía guardada una sorpresa que recordarán toda su vida. Como de todos los fanáticos es sabido, el pabellón del Olympiacos es el Pabellón de la Paz y la Amistad, y en él se disputan los partidos más vibrantes de todo el viejo continente.





César Figueroa, uno de los integrantes de la fragata Extremadura de ese año 1993, nos cuenta como vivió dos encuentros que convirtieron a la ciudad griega en el infierno. “Atracamos en el Puerto del Pireo y lo primero que vimos al llegar fue el Pabellón de la Paz y la Amistad, parecía un lugar plácido y tranquilo a las orillas del Mediterráneo, pero pronto nuestra percepción cambió”, asegura. “Cuando llegabas a una ciudad cuando estabas embarcado, había gente en el puerto que te regalaban entradas para conciertos, partidos de fútbol, baloncesto… y tuvimos la suerte de que, durante esa semana que unía enero y febrero del 1993, se juntasen dos partidos dignos de ver: el Olympiacos-Real Madrid de Euroliga y el encuentro conocido como el “Derbi de los eternos enemigos” entre el Olympiacos y el Panathinaikos”, recuerda César.


Históricamente el Olympiacos es uno de los equipos de baloncesto más importantes de Europa, teniendo así una gran rivalidad con otros equipos del continente -como el Real Madrid o el CSKA- y con los del propio país heleno, tanto con Panathinaikos como con el PAOK. De esta forma, los tripulantes del Extremadura F-71 estaban seguros de que iban a disfrutar de una de las semanas más vibrantes en el pabellón griego. El primer encuentro, entre el Olympiacos y el Real Madrid, iba a ser la primera toma de contacto: “Nos dirigíamos al pabellón para ir a ver el partidazo entre los griegos y los españoles. En el Madrid jugaban Sabonis, Romay, Martín… auténticas leyendas del baloncesto en España, mientras que en las filas de los griegos estaban Paspalj o Tarlac”.


“El ambiente se caldeaba más y más cuanto más cerca estaba el inicio del partido. Ya se veía venir que no iba a ser un partido tranquilo, ya que el autobús del Madrid tuvo ciertos problemas para llegar al pabellón y en los alrededores había una gran cantidad de policía”. No es de extrañar que esto sucediese, ya que hoy en día en las canchas griegas o checas, por ejemplo, los partidos son un auténtico infierno para los rivales. “En la puerta del pabellón nos pararon, nos apartaron y nos explicaron que no nos podían garantizar la seguridad dentro, que era un partido de alto riesgo y no era habitual que aficionados de equipos rivales estuvieran presentes en el partido”, prosiguió. “Estuvieron cerca de media hora convenciéndonos de que no podíamos pasar y, al final, tuvimos que ver el partido en un bar de al lado, para nuestra decepción”.




Tres días más tarde, uno de los mejores partidos que se podían dar a principios de la década de los 90 iba a tener lugar. Los de El Pireo se enfrentaban al Panathinaikos, rivalidad que no entiende de épocas, siendo el partido más importante del baloncesto griego: “El Derbi de los eternos enemigos” o “La madre de todas las batallas”. “Nosotros, que ya nos habíamos perdido el partido frente al Madrid, también teníamos entradas para el derbi de Atenas. Como ya conocíamos como se las gastaban los griegos llegamos cerca de dos horas antes del partido”, comenta César. “Pero para nuestra sorpresa, ambas aficiones se habían citado en los alrededores del pabellón y las cargas policiales que se realizaron en esos instantes eran brutales. Ambas aficiones y la policía griega estaban inmersas en lo que parecía la propia guerra. Por varios minutos vivimos en un infierno”, relata.


"Por varios minutos vivimos en un infierno"

Y también, este partido, tuvo el mismo desenlace que el anterior. “Un policía -haciendo uso del conocido espanglish- nos separó de allí y nos comentó que no creía que el partido fuera a tener lugar ese día, debido a la brutalidad de las trifulcas. Consiguieron avisar a un responsable del club que, muy amablemente, nos explicó la situación y consiguió que nos devolvieran las entradas. Fue una experiencia surrealista, pero que nos dio a entender como se vivía por aquel entonces la rivalidad y, sobre todo, como estaban viviendo los griegos toda la situación que se vivía a su alrededor”, finalizó.


Y es que, como se puede observar a través de esta experiencia, Grecia, la ciudad de los dioses, del Olimpo, del arte clásico, puede convertirse en un terrible infierno para todas aquellas personas que no están acostumbradas a la brutalidad, tensión y violencia con la que se vive el deporte en el sur de Europa.

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